Tu ombligo es real. Lo ves lo tocas y está ahí. En cambio ¿quiénes son esos cinco millones de parados? Una entelequia incomprensible. Si tienes que decidir ¿en qué te basas? Es mejor decidir y actuar en función de una realidad, algo tangible ¿no?
Dejando de lado la negación interesada, esto es lo que está detrás del relativismo o negacionismo de
las estadísticas y datos que hablan de realidades incómodas, que no queremos
ver, o que no casan con nuestro ombligo. Por poner un par de ejemplos:
1. Ante las evidencias que denuncian el cambio climático que
apunta al calentamiento global se contraponen las nevadas, y los días fríos vividos
durante la cumbre del clima de Varsovia o primos que avalan justo lo contrario.
2. El descenso de los salarios, el incremento de la desigualdad, el incremento de la pobreza infantil se contraponen con casos concretos de un amigo o un familiar al que no le ha
pasado porque nos referimos solo a los que están adscritos a un convenio.
Podríamos encontrar muchos más ejemplos en los que personas –incluso
los dirigentes y líderes presuntamente capacitados e inteligentes- se dejan
guiar por su ombligo al que contraponen toda la realidad que les rodea. Y solo alteran su
postura cuando la realidad es evidente incluso para su ombligo, como le pasó a los Reagan en relación a
la investigación con células madre.
Una de las deseventajas de guiarse por el ombligo, es que cuando finalmente conseguimos ver el bosque que el
árbol no nos dejaba ver (si ocurre alguna vez), puede ser muy tarde. (Cuando los nazis vinieron
por los comunistas).
La pregunta es evidente ¿cómo hacemos para aproximar la realidad al ombligo de las personas? El problema -y por tanto la solución- está relacionada
con el sistema de incentivos y externalidades.
Dentro del ámbito
empresarial parece bastante resuelto. Muchas empresas han entendido esto y han sabido
acercar al ombligo del trabajador el coste "social" de sus acciones, implantando un
adecuado sistema de incentivos y bonos variables que tiene como condición necesaria
(no suficiente) el beneficio de la empresa.
No obstante, esto no ocurre en la
sociedad de forma eficaz, el beneficio de las empresas no siempre tienen como condición
necesaria el beneficio de la sociedad. Lamentablemente, parece que no hemos sido
capaces de dotarnos de un sistema eficaz de incentivos que trasladen a las
empresas y a los dirigentes las externalidades de forma adecuada.
Parece claro que las legislaciones locales farragosas y las trabas administrativas no son precisamente la panacea. Y menos sin un marco regulatorio e institucional global eficaz.
La salida pasa por un consumo responsable y un ciudadano crítico e informado, lo que obliga a las empresas a establecer una relación adulta y de largo plazo con la sociedad a la que se dirige.